Una plaza en la tarde

Sobre un subrayado de verde y flores
asoman las cabezas de los transeúntes que buscan,
mirando,  la tarde.

Sobre almohadones arbóreos y cajas de hormigón
se apoya la atmósfera indecisa
del atardecer.

Una guitarra arremete segura
contra la inspiración de una adolescente,
un violín huído de los balcanes
confiesa que ha vivido y ha querido
tras las inconsistencias de una charla de entremates.

Caminares decididos se trenzan con irresolutas corridas infantiles.
El cielo se olvidó de borrar algún boceto de nube,
que sirve ahora de marco conceptual para el vuelo suficiente de un ave plateada.

Hay por estas horas, algo de misterio en el aire. Algo de amenaza.
Algo que promete empezar de imprevisto a ser como nunca pensaste que podría ser.

Cae la tarde
o mas bien, se levanta.
En un instante se habrá ido,
en un momento.
Mas, todavía,
                             no 
                                        se
                                                     acaba.

La hija del aire

                                                                                             (..para Fran..)

Con los ojos hechos vidrio y la mirada buscando razones,
te dejás distraer un instante por una partícula de árbol
que intenta un vuelo acrobático.
Un perro ladra algo que no alcanzás a entender
a tres millones de cuadras,
ahí dónde el mundo todavía rueda.
La hoja todavía no termina de caer.
No se decide.
Desciende pocos centímetros tímidamente,
para luego estremecerse de lado
y subir algunos escalones de a saltos.
-Claro,- pensás -la abraza el aire-.
La entretiene el aire. La besa y no la deja terminar de caer.
Te mirás los pies, obstinados aferrantes del suelo.
Te mirás los huesos, la carne, tu cuerpo metálico
que no quiere flotar.
En un solo grito
tus alas piden volar.
Alejarse de esta tierra incomprensible,
dónde nadie te puede explicar todavía los porqué.

Hundís de lleno la cara en las manos,
buscando el aire que,
a la luz violenta del día, no logras encontrar.

Alguien
del otro lado del mundo
le sube el volumen al zumbido en tus oídos.
Te penetra los tímpanos,
te asusta, te paraliza la respiración.
...pero sólo dura un instante
después ya no duele,
ya no lastima.
Entonces podés escucharlo y oírlo.

Se mueve y avanza, se retuerce y reverbera el zumbido.
Cobra vida.
No es sólo ruido el zumbido,
son voces, gritos y cantos, reducidos, multiplicados.
Incomprensibles.
Pero te hablan a vos,
te llaman y te cantan.
Y cuando asomás de la oscuridad te asombra
la atmósfera insolente que te baña.
Todo se a vuelto mas transparente,
mas difuso.
La hoja sigue jugando a no caerse
y en un firulete, te invita a sumarte.
Pero a vos te cuesta moverte
cómo si un calambre de mármol te aferrara cada dedo,
cada codo y rodilla.
Justo ahí cuando te cunde la angustia,
ahí lo escuchás llegar.
No lo ves, pero los sentís abrazarte
en un movimiento redondo.
Sabés que lo conoces de toda una vida,
pero no sabrías decir de dónde.
Te escuchás preguntarle donde estaba,
que vos lo estabas esperando.
El viento se ríe de forma sincera y profunda.
Te dice que él nunca se ausenta, sólo que a veces se calla.

La hoja vuelve a llamarte invitándote
y vos te sentís de a poco, parte de su vuelo.
Y el viento te confiesa al oído:
Vos ya sos vuelo de hoja, 
     sos la inquietud del sol entre las nubes,  
        sos lo liviano de la nieve en primavera..
         sos aire de mundo-

La hoja cayendo será siempre 
hoja que cae 
y como ella,
caemos todos-
Te dice el viento
mientras te besa la frente, haciéndote desordenar las pestañas.
Somos caída constante
hacia un suelo infinito,
seremos todos hoja caída,

hoja instantáneamente quieta...
pero todas seguirán perteneciendo al viento.
Viento del aire
y viento tuyo, de tus adentros.
Viento que te lleva a volar
y te hace choca contra las nubes.
Y a veces duele, y a veces ríe.
Viento que sos vos
y que te acompaña siempre.
Viento que es padre gigante
y viento que es hija fuerte, hermosa y rebelde.

De nuevo ladra el horizonte.
Mientras el sol comienza a vestirse,
los cantos van tomando forma.
Y vuelven a llamarte.
 Está plantado el trampolín,
   en la orilla del mundo
y con una sonrisa franca,
  te preparás a zambullirte.