Martes

Fueron instantes fuera del tiempo. Fueron, son, serán, siglos. 
Todo el tiempo, fuera del tiempo.
Sabíamos el lugar de lo inexplicable, 
escuchamos todos los ecos sin origen; 
inclusive hubo caricias sobre su volumen descreído. 
Mas no logramos, ni intentamos
entenderlo.

Mediodía y rock

Disputándose el futuro
 contra el viento
   la ruta
    y las dudas
Rompiendo en decires,
 soñares 
   jugando, peleando
rompiendo.
   El paso libre, apurado
   el solo amarillo, orgulloso
   el abrazo absoluto, tácito
 -se sobreentiende-
el presente bien presente
      y el caño sin mirar.

         Un amigo, 
nada que hacerle.

inminencia

anuncio de lo estallable
nubes en llamas
y paraguas de paja 
 sobre tus ojos brillosos

Adivino bosque (un paisaje vívido)

Se observa una extensión infinita de colores en movimiento, de personajes danzantes, despreocupados y anónimos. Los hay todos distintos en su mar de límites indefinidos. No hay cuestionamientos de cuandos ni dondes, entre ellos no existe el rencor ni la envidia, mas sí se observan mil formas de enfrentar el cotidiano y abundan los derrotados y los malheridos.
A los flancos del manto ebullente, se presentan los eternos guardianes. Su seriedad no se disimula bajo ninguno de los tonos solares, siempre atentos, siempre firmes, siempre recordando. Su temple granítica y su memoria arcana se fundamentan en los orígenes mas profundos de la historia, pero aún así adolecen el pasar del aire incansable y suelen contar -no sin cierto prurito- las batallas libradas para conseguir su jerarquía y las perspectivas de un porvenir desgastado.
Recogiéndolo todo, el flujo sonante se inmiscuye en todos los rincones, naciendo desde todas las acciones, escurriéndose entre lo impuesto y lo expuesto. Acá se le reconoce por su sabiduría simple y poderosa, su oído fraternal y su idioma universal. En añadidura, compañero del exhausto y el extraviado y enemigo histórico de conservadores y monolitos.
Hay, además, un mensajero incansable pero desordenado. Este viajero autodidacta gusta de visitar todos los hogares cuando nadie lo espera, aunque todos lo presientan. Su presencia es sutil o violenta,  simpática o brutal, abrumadora o tranquilizante según dicten los humores de la mañana, la tarde y la noche.
En este espectáculo los aromas se disputan el monopolio de la atmósfera, sin establecer jamas una victoria indiscutible; y aunque el concierto cromático tiende a respetar ciertos horarios, la sinfonía general suena siempre distinto y en toda su anchura conoce de solistas brillantes y de sociedades orgullosamente opacas.
Pero ante todo particular, en el bosque domina la melodía de lo inexplicable de esa presencia que se mueve sin inmutarse; la magia de contemplar una conciencia ubicua y empática; el enigma sobrecogedor de sentirse sentido en el propio sentimiento, de saberse comprendido y aceptado por una armonía más antigua, más sabia y mas viva de lo que podemos imaginar.

Lo que me dijo el perro esa noche.

El caminador es un transmundista, un viajero transversal al tiempo y tangente al espacio (pero tal vez lo veas  pasar por esta misma esquina, mañana a las tres).
No tiene intenciones de quedarse, ni siquiera de hablar. El ya no se queda y ya no habla. Hace tiempo logró subirse a su tren, a ese tren que lo perseguía en sueños, a ese tren del que se escondía tras el resplandor de lo común, lo bueno y lo limpio. Dejó un día de correr como corría, de correr dudando y sin correr, de correr recto y sin soñar, dejó de taparse los oídos con los puños cerrados y se escuchó gritar, cantar, cantar y cantar. Dejó de correr y se subió al tren que lo perseguía, al tren del que estaba atado, tirando. Y el tren se hizo túnel en un estornudo de desinteligencia fisica.
Y el corredor ensordecido se hizo caminador siempreatento.
Se volvió aprendiz del túnel, aprendiz de los instantes y de sus pasos.
Escuchó la mentira de las lineas paralelas, y se rió de ellas.
Leyendo el baile silencioso de una belleza sincera, disfrutó por primera vez de los palacios donde su voz interior no lo oía y se callaba de rabia.
Aprendió de golpe como caer infinito en el vacío del conocimiento silencioso,
aprendió a ser colibrí zumbando en las explosiones nectaríferas de sus sentires,
aprendió a ser vehículo de intenciones propias y lejanas,
a ser expresión mutante de causas ridículas, a ser consecuencia sincera, ávida y jocosa
de la tormenta que lo rodea y lo rellena.
El caminador se despreocupa de sus pasos, pero los afirma como una pincelada fresca sobre todos los suelos, paredes y horizontes. Él no se anuncia y no se despide; pero siempre llega silbando melodías de viento, canciones que te sonarán muy conocidas, muy recordadas, ya ensoñadas. El caminador no anuncia ni dirige. Al igual que con las nubes, es inocuo seguirlo o reclamarlo.
Sólo mantenete atento, con la canción pronta a hacerle coro, la sonrisa siempre al saludo y la mirada puesta en los rincones más anónimos.
El caminador es evidencia de lo invisible, es la revancha de la infancia, es la rebeldía de los sueños que no recordás. Y con esas inconsciencias nos enciende su existencia fugaz, arengandonos en su canto a cantarnos la desmemoria de lo marchado y quemarnos en la fricción de lo que todabia no fue caminado, de todo lo que nos llama.