Adivino bosque (un paisaje vívido)

Se observa una extensión infinita de colores en movimiento, de personajes danzantes, despreocupados y anónimos. Los hay todos distintos en su mar de límites indefinidos. No hay cuestionamientos de cuandos ni dondes, entre ellos no existe el rencor ni la envidia, mas sí se observan mil formas de enfrentar el cotidiano y abundan los derrotados y los malheridos.
A los flancos del manto ebullente, se presentan los eternos guardianes. Su seriedad no se disimula bajo ninguno de los tonos solares, siempre atentos, siempre firmes, siempre recordando. Su temple granítica y su memoria arcana se fundamentan en los orígenes mas profundos de la historia, pero aún así adolecen el pasar del aire incansable y suelen contar -no sin cierto prurito- las batallas libradas para conseguir su jerarquía y las perspectivas de un porvenir desgastado.
Recogiéndolo todo, el flujo sonante se inmiscuye en todos los rincones, naciendo desde todas las acciones, escurriéndose entre lo impuesto y lo expuesto. Acá se le reconoce por su sabiduría simple y poderosa, su oído fraternal y su idioma universal. En añadidura, compañero del exhausto y el extraviado y enemigo histórico de conservadores y monolitos.
Hay, además, un mensajero incansable pero desordenado. Este viajero autodidacta gusta de visitar todos los hogares cuando nadie lo espera, aunque todos lo presientan. Su presencia es sutil o violenta,  simpática o brutal, abrumadora o tranquilizante según dicten los humores de la mañana, la tarde y la noche.
En este espectáculo los aromas se disputan el monopolio de la atmósfera, sin establecer jamas una victoria indiscutible; y aunque el concierto cromático tiende a respetar ciertos horarios, la sinfonía general suena siempre distinto y en toda su anchura conoce de solistas brillantes y de sociedades orgullosamente opacas.
Pero ante todo particular, en el bosque domina la melodía de lo inexplicable de esa presencia que se mueve sin inmutarse; la magia de contemplar una conciencia ubicua y empática; el enigma sobrecogedor de sentirse sentido en el propio sentimiento, de saberse comprendido y aceptado por una armonía más antigua, más sabia y mas viva de lo que podemos imaginar.

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