Apocalipsis siempre


Me imagino desde hace rato, una ciudad reventando. Veo cómo se golpearía a si misma la cara con la mano caliente y abierta. Explosiones obtusas e histéricas sirenas concilian una canción de guerra incipiente. Humaredas coloreadas se asoman alternadas desde diferentes esquinas, delatando el andar acechante del destino, dragón color tormenta que emerge desde las profundidades de la historia para marcarnos el presente en sello de fuego.
La sensación respirable de incertidumbre, nos obligará a inverosímiles resoluciones, sintiéndonos fideos apelmazados de un guiso infernal.
Habría quienes se atrincherarían bajo las sábanas y, con los ojos apretados lograrían convencer a sus almohadas de que nada malo va a pasar.
Habría, seguro, señoras de hogar subidas a las terrazas sin barrer, blandiendo con feroz gesto cimitarras lustrosas, garrotes color caoba y lanzas de la colección primavera-verano; desafiando a viva voz todas ellas, a quien desee arrebatarles su vida de la caja de seguridad dónde está bien guardada.
También habría, por supuesto, innumerable cantidad de curiosos que asomarían sus cabezas por ventanas, puertas y claraboyas, más impacientes de explicaciones que asustados por el caos general y sus consecuencias posibles. Son estos seres multicéfalos, atemporales y, en apariencia, indestructibles. Nunca faltan cuando la escena incluye gritos y corridas.
Sigo soñando y escucho corridas sin dirección definida por las calles, y aún no he comprendido del todo si en este sueño debería alistarme para el combate cuerpoacuerpo, para el llanto quinceañero o la alucinogenia consensuada.
Lo seguro es que la ciudad explotando así, espontánea, provocaría una danza tan colorida y reverberante, tan auténtica y violenta, tan absurda que, mas allá de su desenlace, tentaría irresistiblemente a pintarlo todo en un cuadro; a escribir con premura sobre el edificio que cae, sin perder detalle, puteando por no estar mas alto y mas cerca, con una mueca satiricona y el sudor patinando la cara, festejando la insolencia del porvenir; a componer la última canción del hombre tranquilo, del hombre dormido y cantarla en una lengua imaginaria mientras nace el sol del día final.
Me imagino desde hace rato, una ciudad pariéndose.

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